Reunión del Domingo 17 de Abril de 2011
Hoy la Iglesia no se encuentra en sintonía con la sociedad. En la sociedad, valores de reciente data que son crecientemente apreciados, tales como la democracia y la transparencia, tienen hasta el momento un limitado espacio dentro de la Iglesia.
La Iglesia no ha interpretado e integrado adecuadamente los signos de los tiempos. A veces no los ha leído; otras veces, una vez leídos, no ha sido capaz de transformarlos en prácticas establecidas y extendidas. Aunque reconocemos en esto una deuda del laicado, tanto en el rol de participar activamente de esta tarea como en el de levantar una crítica oportuna, asertiva y efectiva, creemos que la Jerarquía es acreedora de una responsabilidad especial por el sitial que ha ocupado tradicionalmente en la Iglesia.
La apreciación general es que la asintonía de la Iglesia con la sociedad, expresada tanto en su acción como en sus enseñanzas, no se debe a un apego o expresión del Evangelio, sino a al anhelo de mantener poderes, estructuras o controles de una época que ya se fue, lo cual agrava la situación.
Todo esto ha provocado una profunda crisis de validez de la Iglesia con la sociedad. Esta crisis recae fundamentalmente en el clero y específicamente en la Jerarquía. Los laicos han figurado escasamente, apareciendo como aquellos que quedan desamparados, tal vez en correspondencia con su limitada participación y fuerza en la Iglesia actual, lo cual sin duda vuelve a cuestionar el rol del laicado en la institución. Por esto, el carácter de esta crisis es fundamentalmente institucional. Su carácter y fuerza evidencia también el poco cuidado que ha existido en relevar el carácter humano y temporal de la Iglesia.
Los nuevos hechos, los abusos sexuales y los actos de pedofilia de algunos sacerdotes, agravan esta situación, entrando por el flanco más débil de la Iglesia, justamente aquellos temas en que registra mayores grados de asintonía con la sociedad: moral sexual y participación. Los ámbitos en que la Iglesia ha demostrado mayor incapacidad para leer y actuar sobre los signos de los tiempos son hoy la ancha puerta de entrada para el escándalo interno. Podemos decir: “El rey está desnudo”, o “por donde pecas, pagas”.
Sí, llama la atención que sea un asunto del orden de la moral sexual el que nuevamente acapara la agenda de la Iglesia, y que la moral social (o “lo social”) haya sido incapaz de generar este nivel de crisis o movilización. Nuevamente estamos concentrando el foco en un área que esperamos, en algún momento, deje de ser la protagonista, del mismo modo que nunca acaparó el discurso del propio Jesús.
Este es un tiempo de oportunidades y llamados. Es momento de volver a las bases, al mensaje de Cristo, aquél que hoy parece poco presente en la primera institución responsable de encarnarlo. Es momento de abrir las ventanas, identificar las asintonías y abrir diálogos agudos. Podemos tener dudas respecto del nivel de responsabilidad que puede adjudicarse al laicado en el fraguado de esta crisis, pues la (auto)crítica debe ser proporcional a las responsabilidades y los espacios con que ha contado, pero no hay duda que ante la magnitud del forado abierto en el statu quo de la Iglesia, desaprovechar esta crisis como un momento de diálogo, renovación y transformación sería un gravísimo error.
